Realeza de Cristo. "Tú lo dices: Soy Rey"

En aquel tiempo preguntó Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» Pilato le respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis seguidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero no, mi Reino no es de aquí». Pilato le dijo: Conque ¿tú eres rey? Jesús le contestó:«Tú lo dices: soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Juan 18, 33-37

Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:

Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Lc 22, 29-30) [nro 551, Catecismo de la Iglesia Católica]

24 octubre, 2009

¿Por qué Jesucristo es Rey?

Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:
* reina en las inteligencias de los hombres porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad;

* reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;

* reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.

En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra.

Además, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: "Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra".

Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?


En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin.

El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.

Fiesta de Cristo Rey del Universo


La Fiesta de Cristo Rey del Universo, joven en el calendario litúrgico --la instauraba S. Santidad Pío XI el 11 de diciembre de 1922--, pero entrañada en el Nuevo Testamento y en la Fe de la Iglesia desde el principio, desvela lo que podríamos llamar el aspecto final del Misterio de Cristo. Por una parte Jesucristo es ya y definitivamente "Aquél a quien el Padre resucitó de entre los muertos, exaltó y colocó a su derecha constituyéndolo juez de vivos y muertos; y, por otra, Aquél en el que deben ser restauradas todas las cosas del cielo y de la tierra (Cf. Ef 1,10), "el fin de la historia humana": de la historia personal de cada uno de nosotros y de la de toda la humanidad (LG 43). Por eso es Rey, aunque ciertamente su Reino no es de este mundo, como se lo declaraba a un desconcertado y atónito Pilatos cuando, preso y maniatado ante él, respondía a su pregunta de si era Rey con un sí inequívoco y rotundo: "Tú lo dices: soy Rey" (Cf. Jn 18, 33b-37). Pero su Reino es "el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz" (Pref. Misa de Cristo Rey).

Toda celebración de la solemnidad de Cristo Rey del Universo nos interpela doblemente: ¿qué hemos hecho del don de la nueva vida recibida el día de nuestro bautismo, puesto que en ese momento "nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes de Dios, su Padre" (Ap 16)?; y, luego, ¿qué hemos, y habremos de hacer en el futuro, pues Él vendrá, y con Él su recompensa, "para dar a cada uno según sus obras"? (Cf. Ap 22,12-13). La pregunta nos atañe de un modo singular a todos los que formamos parte de la Iglesia, pues ella es precisamente en medio del mundo "el sacramento universal de salvación" (LG 48), de esa salvación que viene de Cristo: la única, y no hay otra. Una fórmula muy buena --por actual y autorizada-- para concretar, y aplicarnos, esa pregunta en nuestra Iglesia diocesana de Madrid es la de escuchar y acoger con corazón atento lo que podríamos calificar como los puntos de vista del Papa. El Santo Padre nos hablaba hace muy pocos días con motivo de nuestra "Visita ad limina" sobre los principales retos y tareas pastorales que nos aguardan en el inmediato futuro y comprometen nuestra misión apostólica:

En primer lugar el de "forjar una comunidad eclesial llena de vitalidad evangelizadora", "que sepa manifestar su fe en el mundo, frente a la tentación de relegar a la sola esfera privada la dimensión trascendente, ética y religiosa del ser humano". Se nos ratifica así, y se nos alienta, en el camino de "fortalecer la fe y el testimonio misionero del pueblo de Dios en Madrid", afán principal y objetivo básico de todo nuestro quehacer pastoral en la Archidiócesis de Madrid en este último trienio del siglo que se acaba.

En segundo lugar, el de tomar conciencia activa, de que contamos para ello "con el resplandor de una antiquísima y muy arraigada tradición cristiana", fecunda en modelos de santidad, en misioneros audaces, en numerosas formas de vida consagrada y de movimientos apostólicos, en manifestaciones expresivas de piedad popular, que no pueden por menos de valorarse como reflejo de una "sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer" (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 48); rica en un patrimonio religioso y cultural, de belleza y esplendor artístico inigualables, que constituye un precioso instrumento para la catequesis y la evangelización.

En tercer lugar, el de saber actuar y comprometerse apostólicamente con el Obispo diocesano, todo aquél que es miembro del Pueblo de Dios, según su vocación, en la apasionante tarea de evangelizar de nuevo en la comunión de la Iglesia en Madrid:

- los sacerdotes, que hacen presente al Obispo, de algún modo, en cada una de las comunidades de fieles (cf. PO, 4). El Santo Padre quiso reconocer expresamente que nuestro seminario diocesano y los sacerdotes jóvenes representan a este respecto un signo muy valioso de vitalidad cristiana y de esperanza en el futuro.

- las comunidades religiosas, tanto de vida contemplativa como activa, tan excepcionalmente numerosas en nuestra Archidiócesis de Madrid, "aportando la experiencia del Espíritu, propia de su carisma, y la actividad evangelizadora característica de su misión". Sin ellas apenas se entendería nada de la cercanía de la Iglesia a los pobres, a los niños, a los ancianos, a los más necesitados de nuestra ciudad: en el alma y en el cuerpo.

- los seglares, con el testimonio de su vida de creyentes, "coherente con la fe profesada", sin los cuales es imposible llevar "un alma cristiana" al mundo o, lo que viene a significar lo mismo, sin los cuales es imposible hacer operante en medio de las realidades temporales la presencia y la fuerza transformadora del Evangelio. Sin laicos, hondamente arraigados en una auténtica espiritualidad seglar, dotados de una sólida formación catequética, renovada y creativa, con la guía del Catecismo de la Iglesia Católica, resulta una pura quimera intentar conseguir en Madrid esa comunidad eclesial llena de "vitalidad evangelizadora" que nos reclama el Papa.

La fiesta de Cristo Rey del Universo nos anima este año, por tanto, con acentos nuevos, a que estemos dispuestos a "dar razón de la esperanza" en Madrid, entre tantos y tantas de nuestros conciudadanos que la han perdido o que todavía no han llegado a conocerla nunca de verdad.

"María, vida, dulzura y esperanza nuestra", se encuentra a nuestro lado con la cercanía invisible, pero indefectible, de la Madre.

Con mi afecto y bendición,
+ Antonio Mª Rouco Varela
Arzobispo de Madrid

23 octubre, 2009

Ángelus, Solemnidad de Cristo, Rey del universo, 2008, Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy, último domingo del año litúrgico, la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los "jefes de las naciones" (cf. Mt 20, 25). En cambio, durante su Pasión, reivindicó una singular realeza ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: "¿Tú eres rey?", y Jesús respondió: "Sí, como dices, soy rey" (Jn 18, 37); pero poco antes había declarado: "Mi reino no es de este mundo" (Jn 18, 36).

En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27).


El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final, que san Mateo colocó inmediatamente antes del relato de la Pasión (cf. Mt 25, 31-46). Las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis" (Mt 25, 35), etc. ¿Quién no conoce esta página? Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina.


Queridos amigos, el reino de Dios no es una cuestión de honores y de apariencias; por el contrario, como escribe san Pablo, es "justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Al Señor le importa nuestro bien, es decir, que todo hombre tenga la vida y que, especialmente sus hijos más "pequeños", puedan acceder al banquete que ha preparado para todos. Por eso, no soporta las formas hipócritas de quien dice: "Señor, Señor", y después no cumple sus mandamientos (cf. Mt 7, 21). En su reino eterno, Dios acoge a los que día a día se esfuerzan por poner en práctica su palabra. Por eso la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus ojos y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey. A su intercesión celestial queremos encomendarnos una vez más con confianza filial, para poder cumplir nuestra misión cristiana en el mundo.


Benedicto XVI, Ángelus, "Solemnidad de Cristo, Rey del universo"
Domingo 23 de noviembre de 2008

Fiesta de Cristo Rey


El año litúrgico llega a su fin, y desde que lo comenzamos, hemos ido recorriendo el círculo que describe la celebración de los diversos misterios que componen el único misterio de Cristo: el anuncio de su venida (Adviento), su muerte y resurrección (Ciclo Pascual), pasando por su nacimiento (Navidad), presentación al mundo (Epifanía) y el encuentro semanal de cada domingo. Con cada uno de ellos, hemos ido construyendo un arco, al que hoy ponemos la piedra angular. Este es el sentido profundo de la solemnidad de Cristo Rey del Universo, es decir, de Cristo Glorioso, centro de la creación, de la historia y del mundo.

Pío XI, estableciendo esta fiesta en 1925, quiso centrar la atención de todos en la imagen de Cristo, Rey divino, tal como la representaba la primitiva Iglesia, sentado a la derecha del Padre en el ábside de las basílicas cristianas, aparece rodeado de gloria y majestad. La cruz nos indica que de ella arranca la grandeza imponente de Jesucristo, Rey de vivos y de muertos.

Al anunciar y celebrar hoy el triunfo de Cristo, nos llenamos de alegría y esperanza, sabiendo que Él nos llevará a su reino eterno, si ahora damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, como nos dice en el Evangelio.

“Yo soy Rey”, fue la respuesta rotunda de Jesús a Pilato. Aunque la respuesta completa fue ésta: “Pero mi reino no es de aquí”.Pero si el reino de Jesucristo no es de este mundo, comienza y se realiza ya en este mundo.

Es verdad, que sólo al final de los tiempos y tras el juicio final alcanzará su plenitud definitiva, pero ya ahora, “el reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la bienaventuranza, a la que todos estamos llamados”.

Sin embargo, hoy son tantos los que se oponen al reino de Jesucristo. Porque es evidente que son muchos los hombres y mujeres que gritan: ¡No queremos Jesús, que Tú reines sobre nosotros!”. Ese es el grito que se esconde tras tantos diseños de la familia, de la educación, de la moda, de la cultura, de la sociedad actual.

Nosotros, los cristianos, los bautizados en la fe de la Iglesia, los que seguimos a Cristo y lo reconocemos como nuestro Rey y nuestro Dios, hemos de empeñarnos en lo contrario. Es decir, dejarle reinar en nuestra inteligencia, en nuestro corazón, en nuestra familia. Hacer que reine en nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y gente que se cruce en nuestro caminar.

Cristo viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa, se le concede ese título.

A Cristo, como Hijo de Dios, le corresponde por naturaleza un absoluto dominio sobre todas las cosas salidas de sus manos creadoras. “Todas han sido creadas por y en Él. En el cielo y en la tierra, todas las cosas subsisten por Él, las visibles y las invisibles”. Pero además es Rey nuestro por derecho de conquista. Él nos rescató del pecado, de la muerte eterna.

Cristo reina ya mediante la Iglesia “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de vivos y muertos”. Cristo es el Señor del Universo y de la historia.

Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo. Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia.

Profundicemos hermanos en esta fiesta, llenos de agradecimiento, como aquellos colosenses a quienes Pablo dirige su carta, en el misterio de amor que es para nosotros Cristo Rey: “Demos gracias a Dios Padre, que nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo dignos de la herencia de los santos en la luz, introduciéndonos en el Reino del Hijo de su amor, en el cual obtenemos por su sangre, el perdón de los pecados”.

Cristo se ofreció en la cruz, y con esa entrega, nos hace participar de su Reino de verdad y de vida, Reino de Santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz.

Que el Señor nos aumente cada día el amor, la alegría, la entrega, la fidelidad, la constancia a su llamada, para trabajar en medio del mundo extendiendo su Reino, ese Reino que estamos llamados a vivir en esta vida, para luego gozarlo en plenitud cuando el Señor nos llame a su presencia.

Norberto - Sacerdote Católico
http://laetarejerusalem.blogspot.com/

16 octubre, 2009

La familia y el Reino de Dios


CAPÍTULO SEGUNDO: « AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO »
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA


2232 Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).


2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ‘El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre’ (Mt 12, 49).

Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.

12 octubre, 2009

El Reino de Dios y el Joven Rico

Evangelio según San Marcos 10,17-30.

Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo:
"Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.   Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 
 
San Juan Crisóstomo, (hacia 345-407), presbítero de Antioquia, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia, Homilía 63 sobre san Mateo; PG 58,603

« Tendrás un tesoro en el cielo »


Jesús había dicho al joven: «Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,17). Él le preguntó: «¿Cuáles?», no para ponerlo a prueba de lo cual no tenía intención, sino suponiendo que para él habría, juntamente con la Ley de Moisés, otros mandamientos que le llevarán a la vida; esto daba prueba de su ardiente deseo. Cuando Jesús le hubo enunciado los mandamientos de la Ley, el joven le dijo: « Todo eso lo he cumplido desde mi juventud » Pero no se detuvo ahí sino que le preguntó: «¿Qué me falta?» (Mt 19,20), lo cual era igualmente signo de su ardiente deseo. No es propio de un alma pequeña darse cuenta de que todavía le falta algo, que le parece insuficiente el ideal propuesto para alcanzar el objeto de su propio deseo.

¿Y qué dijo Cristo? Le propone una cosa grande; primero le propone la recompensa declarando: «Si quieres llegar hasta el final: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». ¿Te fijas en el precio, qué coronas propone para esta cursa deportiva?... Para atraerle le enseña una recompensa de mucho valor y lo deja todo al juicio del joven. Lo que podría ser doloroso, lo deja en la oscuridad. Antes de hablar de combates y esfuerzos, le muestra la recompensa: «Si quieres llegar hasta el final» le dice: ¡ésta es la gloria, ésta es la felicidad!... «Tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme»: ¡ésta es la recompensa, la recompensa enorme de caminar siguiendo los pasos de Cristo, ser su compañero y su amigo! Este joven amaba las riquezas de la tierra; Cristo le aconseja despojarse de ellas, no para empobrecerse en la desapropiación sino para enriquecerle cada vez más.

10 octubre, 2009

Fiesta de Cristo Rey 2009 - 22 de Noviembre

Calendario Litúrgico 2009 y Evangelio para la Fiesta de Cristo Rey 2009, 22 de Noviembre de 2009

Santoral Santa Cecilia, Virgen y Mártir

Lecturas de la liturgia

• Primera Lectura: Daniel 7, 13-14

"Su dominio es eterno y no pasa"


Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.




• Salmo Responsorial: 92

"El Señor reina, vestido de majestad."

El Señor reina, vestido de majestad, / el Señor, vestido y ceñido de poder. R.

Así está firme el orbe y no vacila. / Tu trono está firme desde siempre, / y tú eres eterno. R.

Tus mandatos son fieles y seguros; / la santidad es el adorno de tu casa, / Señor, por días sin término. R.


•Segunda Lectura: Apocalípsis 1, 5-8


"El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios"

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: "Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso."


•Evangelio: Juan 18, 33b-37

"Tú lo dices: Soy Rey"

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:
"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."

03 octubre, 2009

Constitución Dogmática "LUMEN GENTIUM" Sobre la Iglesia

[Extractos]

5. EL REINO DE DIOS 


El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios prometido muchos siglos antes en las Escrituraas: "Porque el tiempo se cumplió y se acercó el Reino de Dios" (Mc., 1, 15; cf. Mt., 4, 17). Ahora bien: este Reino brilla delante de los hombres por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (Mc., 4, 14); quienes la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey (Lc., 12, 32) de Cristo, recibieron el Reino: la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo hasta el tiempo de la siega (cf. Mc., 4, 26-29). Los milagros, por su parte, prueban que el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra: "Si expulso los demonios por el poder de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc., 11, 20; cf. Mt., 12, 28). Pero, sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Hijo del Hombre, que vino "a servir, y a dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10, 45).

Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido como Señor, como Cristo y como Sacerdote para siempre (cf. Hech., 2, 36; Heb., 5, 6; 7, 17-21), y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hech., 2, 33). Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella, en tanto, mientras va creciendo poco a poco anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas, y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria.
 
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13. UNIVERSALIDAD Y CATOLICIDAD DEL UNICO PUEBLO DE DIOS

Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos, para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana, y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn., 11, 52). Para ello envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero universal (cf. Heb., 1, 2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes principio de unión y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Hech., 2, 42, gr.).

Así, pues, entre todas las gentes de la tierra está el Pueblo de Dios, porque de todas recibe los ciudadanos de su Reino, no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles esparcidos por el haz de la tierra están en comunión con los demás en el Espíritu Santo, y así "el que habita en Roma sabe que los indios son también sus miembros"[23]. Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn., 18, 36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino, no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario fomenta y recoge todas las cualidades, riquezas y costumbres de los pueblos en cuanto son buenas, y recogiéndolas, las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe recoger juntamente con aquel Rey a quien fueron dadas en heredad todas las naciones y a cuya ciudad llevan dones y ofrendas [c. Salm., 71 (72), 10; Is., 60, 4-7; Apoc., 21, 24]. Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu[24].

En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos, sino que en sí mismo está integrado por diversos elementos. Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según las funciones, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos, ya según la condición y ordenación de vida, pues otros muchos en el estado religioso, tendiendo a la santidad por el camino más estrecho, estimulan con su ejemplo a los hermanos. Así también, en la comunión eclesiástica existen Iglesias particulares que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad[25], defiende las legítimas diferencias, y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen a ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunión de bienes espirituales, de operarios apostólicos y de recursos económicos. En efecto, los miembros del Pueblo de Dios son llamados a la comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del apóstol: "El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4, 10).

Todos los hombres son admitidos a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz universal, y a ella pertenecen de varios modos o se destinan tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.
 
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52. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO

El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gál., 4, 4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen"[172]. Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo"[173].

53. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA


En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y trajo la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún: es verdaderamente madre de los miembros (de Cristo)... por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza"[174]. Por eso también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.
 
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V. MARIA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe., 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

69. Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios[195]. Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.

Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución dogmática fueron del agrado de los Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el Espíritu Santo, las aprobamos, decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente, sean promulgados para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de Noviembre de 1964.
Yo PAULO, Obispo de la Iglesia Católica
Siguen las firmas de los Padres
Extractos Lumen Gentium